Mi enemigo el viento - el Huracán Grace

Cuando era niño vivimos un ciclón en la ciudad de Manzanillo, Colima, estando de visita con mi tío Lalo, un primo lejano de mi madre. La sensación de impotencia ante los vientos y el crujir de las láminas de las casas vecinas, los gritos de solicitud de ayuda y el golpear de infinidad de objetos contra las paredes es algo que difícilmente se puede enterrar en la memoria.
Salir de la ciudad en medio de la inundación fue un gran reto y por algún motivo atravesamos un camino serrano para llegar a Guadalajara. Recuerdo que en ese camino, tuve un fuerte machucón que derivó en atención médica de urgencia, algunas inyecciones y la pérdida de un par de uñas de mi mano izquierda. El viaje terminó en un carro alcoba en tren, de Guadalajara a la Ciudad de México solo con la ropa que traía puesta y unas sandalias dos números menores a la talla de mis pies.

Muchos años más tarde, siendo adulto, viví con mi familia el Huracán Dean en 2007 en la Sierra Norte de Puebla. En esa ocasión perdimos todas nuestras pertenencias, desde ropa y aparatos hasta papeles personales. Los recuerdos de los vientos y las bajadas de agua aún son parte de la memoria de la familia, sin embargo, en esa ocasión pudimos resguardarnos y no estuvimos en peligro.  

De ambos sucesos guardo recuerdos detallados y diversidad de momentos y anécdotas en el previo, el durante y el después del fenómeno natural. Pero por motivos que aún me son ajenos, enterré dichos recuerdos por un buen tiempo.

Hace dos semanas transitaba por la Sierra Nororiental luego del huracán Grace y los destrozos que observaba en la carretera y los pueblos vecinos, contrastaban con la hermosa carretera serrana y sus bellos paisajes que había visto hacía apenas dos días atrás. La destrucción de casas, infraestructura, auditorios, templos, caminos y cultivos era tal, que en muchos tramos, transitar por la carretera implicaba un riesgo entre los cables y postes tirados así como las laderas con deslaves continuos y las enormes rocas que bloqueaban algunos tramos del camino.

De inmediato brotaron en mi mente, los recuerdos de los otros dos huracanes importantes en mi vida y ciertos miedos y asombro se instalaron en mi cabeza. Un poco por catarsis, otro poco por registro, comencé a narrar con mi grabadora lo que veía mientras sorteaba obstáculos y destrozos en el andar de mi vehículo. 

A lo largo de tres horas pude mirar y escuchar las lluvias de una región que en ese momento estaba sin luz, sin internet y sin señal de telefónica de ningún tipo. 

Con orgullo miré en diversas ocasiones y en diversos tramos, convoyes impresionantes de robustas camionetas, imponentes camiones y grandes gruas de ultima generación de la Comisión Federal de Electricidad, las cuales con un ejército de personas uniformadas de color claro y con cascos amarillos, armados con motosierras, escaleras, arneses, ganchos y un sin fin de herramientas, trabajaban con fiereza para habilitar el camino y restablecer los servicios de comunicación en la región.

Por los cambios de temperatura y altitud entre zonas, mantuve la ventana ligeramente abierta para no marearme y recibir un poco de aire fresco mientras narraba lo que miraba. Y mi mayor sorpresa se daba por la gran fuerza del viento que había arrancado del horizonte enormes piezas de objetos naturales y artificiales. Techos completos de auditorios municipales o enormes árboles con raíces más grandes que mi propio vehículo además de piedras gigantescas.

En mi cabeza tenía la confianza de haber registrado todas mis impresiones e inclusive los sonidos de la lluvia y el viento que estaban abandonando la región lentamente. Decidí no tomar muchas fotos para no generar una apología del desastre y tomé sólo aquellas que no implicaban dolor explícito. Por mi propia sorpresa en la destrucción, no hice más de diez fotos en esos días e inclusive en ese camino tan largo, pero grabé mis descripciones con esmero y dedicación... o eso creía yo.

Ahora, a más de dos semanas del suceso, revisé los audios para su edición y recuperación del testimonio sonoro y narrativo hecho por mi y con sorpresa constaté que los planes de la naturaleza fueron otros.

Por la presencia de ráfagas de aire permanentes y la abertura de la ventana, el viento resonó durante todo el camino en los micrófonos de la grabadora, interrumpiendo prácticamente todas las grabaciones y dejándome sólo audios inservibles o poco reconocibles para su edición y posterior uso. 

Con la confianza de estar en el interior del vehículo, omití la cubierta rompevientos de la grabadora y cual novato en los registros sonoros, obtuve una series de pistas de audiograbación del viento, susurrando en los micrófonos y perdiendo todo el testimonio que busqué preservar en mis registros sonoros. 

Esta vez, el viento del huracán no me robó la salud ni mis pertenencias, ni puso en riesgo a mi familia, pero en venganza por no poder cobrar su tributo con nosotros, se llevó consigo casi tres horas de trabajo y dedicación de descripciones y registros sonoros en un entorno por demás riesgoso y complejo.

Quizá la cuarta ocasión que nos volvamos a encontrar, podamos caminar en un terreno más parejo, o quizá me logre ganar otra batalla. Lo cierto es que, lo sucedido, me hizo reflexionar sobre las pocas estrategias regionales de prevención del desastre que tenemos en nuestra región latinoamérica, sobre todo en las partes más alejadas de las ciudades capitales. Estropear mis registros o incluso perder mis cosas materiales como en 2007, es nada en comparación con la gran destrucción y pérdida que pude presenciar de cosechas, viviendas y otras fuentes de alimento y sustento para la gente de la región.

¿Acaso el viento es nuestro enemigo y motivado por los dueños del monte y el trueno del panteón totonaco cobra sus facturas por el deterioro ambiental que de la región hacemos como especie? o es nuestra falta de estrategias de prevención y anticipo la que nos lleva vivir cada determinado tiempo sucesos como los que narro en este texto.

Sea como fuere, no me queda más que hacer votos por el restablecimiento de la región y desempeñar mi trabajo con firmeza y dedicación buscando contribuir en la mejora de la situación de una de las regiones más alejada de los grandes centros poblacionales de la Sierra Madre Oriental, pero que por otro lado goza de una riqueza cultural y ecológica destacada, en el seno nuestra querida y hermosa latinoamérica.

Seguimos caminando.

Manojo de carrizos o tarros arrancados por el huracán Grace en la Sierra Nororiental de Puebla. Iván Deance. 2021 08. Fotografía digital Samsung Galaxy S7 edge.

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